HE RECIBIDO A MI CORREO ELECTRÓNICO UN EMAIL DEL PROFESOR ROLDÁN ESTEVA-GRILLET QUE ME GUSTARÍA COMPARTIR CON MIS LECTORES. EN UN MOMENTO COMO ESTE, EN EL QUE VENEZUELA SE PRESTA PARA VIVIR UNA DE SUS MÁS PROFUNDAS CRISIS, ESTA BREVE NOTA SE TORNA DE OBLIGATORIA LECTURA PARA TODOS LOS VENEZOLANOS. DICHO ESTO, DESEARÍA QUE EL LECTOR INTERESADO NO SÓLO LA LEA, SINO QUE DE SER POSIBLE LA DIFUNDA A TRAVÉS DE EMAILS O DE BLOGS.
Roldán Esteva-Grillet
La primera revolución del siglo XX, la mexicana, se inició con dos consignas: “Sufragio efectivo, No reelección”. Una vez superada la etapa violenta y con una nueva constitución en 1917, a la primera no se le hizo mucho caso y eso explica el que por setenta años la misma gente gobernara, hasta que la presión de la sociedad civil logró adecentar el sistema electoral y dar espacio a la alternabilidad, superando la “dictadura perfecta”. En cuanto a la segunda consigna -originada en la permanente reelección del general Porfirio Díaz-, bastó con que uno de los caudillos surgido de la revolución, Álvaro Obregón, quisiera volver en 1928 a la presidencia para que un estudiante de artes plásticas se encargara de recordarle esa consigna, con un certero balazo en pleno festejo. Desde entonces, todos entendieron que lo de la no reelección era un principio inviolable
La práctica de cambiar las constituciones para asegurarse la continuidad en el poder ha sido tradicional en Latinoamérica. También el alzamiento militar contra esas pretensiones que se calificaban de “continuismo”. Muchos de nuestros países han cambiado o reformado sus respectivas constituciones en los últimos tres lustros. Algunas, como la de Brasil o la de Argentina, para introducir la reelección inmediata, en tanto que la del Perú fue forjada por Fujimori, hoy sometido a juicio, para asegurarse un tercer mandato. En Haití, un tercer intento de Aristide provocó una sublevación popular que sólo la intervención extranjera, sacándolo del país, impidió su linchamiento.
De los actuales presidentes suramericanos, a Lula se le ha tentado y ha respondido dignamente que no se considera el único capaz de gobernar ese gran país. A Uribe, en la vecina Colombia, ya le están cantando las sirenas para que se lance por tercera vez. En Venezuela, no sólo hemos vivido dos reelecciones en el período democrático -al cabo de diez años del primer ejercicio- sino que a ambos postulantes (CAP y Caldera), con mayor edad y en un país en crisis, no les fue muy bien.
Producto de esa crisis resultó Chávez, un teniente coronel que aspiró, vanamente, a llegar al poder sin mediar elecciones, y luego de la brevísima cárcel sufrida, lo que quería era armar una guerrilla. Gracias a Miquilena, que le organizó un partido, llegó al poder por vía electoral, en 1998. Modificada la constitución “moribunda” con aumento del período de gobierno de cinco a seis años (estilo México) y reelección inmediata, ahora la quiere modificar para poder gobernar por siempre. Cada siete años convocaría a elecciones, con todos los recursos del Estado a su favor a fin de impedir posturas contrarias a su ideología, consideradas un atentado a la nación, como Luis XIV: L’Etat c’est moi.
Si en estos casi diez años hemos vivido “en el peligro”, como le gustaba a Mussolini, habrá que preguntarse para qué tanta alharaca por uno más que desea perpetuarse en el poder. Pues, la respuesta es muy sencilla: para poder pensar por nuestra cuenta sin la amenaza de atenernos a las consecuencias, como en Cuba. Ante la propuesta de un Chávez para siempre, no hay que responder como los alemanes, sino con un simple y rotundo NO, sin que nos quede nada por dentro.