martes, 24 de julio de 2007

Los amores contrariados: mitos y leyendas


Los Amores contrariados: mitos y leyendas.


El amor es, quizás, uno de los sentimientos más deseado, usado y comercializado de nuestra cultura. Sin embargo, es quizás el más extraño y el menos conocido de todos nuestros valores.


El amor ha sido y seguirá siendo el leitmotiv de cientos de miles de novelas, películas, poemas y cuentos. Sin embargo, para la inmensa mayoría de nosotros, los mortales, no es más que una leyenda que buscamos desesperadamente encontrar.

Con frecuencia, el amor es confundido con su pequeña, inestable y caprichosa hermana: el sexo. Mucho más que el amor, el sexo ha sido la experiencia más anhelada y, a la vez, la más decepcionante del siglo XX, y de lo poco que va del XXI.

Pero, volviendo al amor, dentro de ella se abre una categoría que es la de los amores contrariados: el amor interracial, el amor entre personas con una marcada diferencia de edad, el amor entre personas casadas, el amor entre personas de diferente posición social o entre personas de diferente nivel económico. El amor entre chavistas y escuálidos (hasta allí, hasta el amor, ha llegado la profunda herida que ha dividido al país en estos últimos ocho años). El amor entre quienes creen en el amor y los que no creen en él.

Sin negar que hay relaciones más sencillas que otras, en esencia, todos los amores
son contrariados… y difíciles! Encabronadamente difíciles! Tanto así que pareciera que si el amor no es difícil, no es amor. Si el amor no duele, no es amor. Si el amor no es un río de angustias e incertidumbres, no es amor.

Quizás por ello, los verdaderos artistas del amor sean los amantes…

“El matrimonio, la paternidad, el amor, todo es un fracaso. Por encima de ellos se alzan los amantes. Y lo logran gracias a que ellos son fragmentarios e imprecisos, volátiles y breves. Pero desde el primer momento en que buscan la permanencia el uno al lado del otro, se pierden. El amor sólo es posible cuando asume su propia naturaleza solitaria e incompartible con nadie. Es una experiencia personal en donde el otro no es más que un objeto de veneración” (Rosendo Acuña, Epistolario).

Pero, sobre los amores contrariados, los amores particularmente difíciles dentro de la dificultad que implica todo acto amatorio, se ejerce una presión bien definida: la social.

Si revisamos nuestra lista inicial de amores difíciles (interracial, entre personas casadas, entre diferente nivel cultural, etc.), es fácil detectar la presencia de un prejuicio social y, por ende, un prejuicio moral.

La moral es una frontera social y colectiva que separa lo correcto de lo incorrecto. La ética es, igualmente, una frontera entre lo incorrecto y lo correcto, pero su naturaleza es íntima, personal y secreta. Es por eso que muchas veces el amor, en sus más explosivas manifestaciones, es tildado de inmoral: porque responde a unos valores muy íntimos y personales.

La moral siempre requiere de un testigo, que a su vez se convierte juez aprobatorio o recriminador. La ética, al contrario, no busca testigos: se basta a sí misma para vivir en paz.

De allí se desprende la ancestral dicotomía entre la legalidad y la legitimidad de todos nuestros actos. Quizás no sea legal el amor adultero entre una pareja de personas casadas, pero eso no le resta un ápice de legitimidad.

Los amores difíciles están marcados, en su mayoría, por su inmoralidad, por la ausencia de su aceptación social.

¿Qué pensamos al ver a un cuarentón tomado de la mano de una chiquilla de veinte años? “Pero si puede ser su hija!!!”. “Esa muchacha, tan linda, tan joven, se lo debe estar chuleando como le da la gana”.

¿Y si es una mujer madura con un hombre más joven? “Una puta!!!” “Es que esa no piensa con la cabeza, sino con la vagina”. ¿O no?

¿Y si uno, o ambos amantes, son casados? Allí si que hay tela de donde cortar.

Ah! ¡El amor! Como decía Buñuel: “Con amor, TODO. Sin amor, NADA”.

Una frase “inmoral”, ¿no? O una frase legítima. Humanamente legítima.

El amor, como la vida, busca abrirse su propio camino. Pero hay que tener valor para aceptarlo.

Hace años, un gran amigo me dijo que “la mistad era un asunto entre valientes”

Transpolando sus palabras, yo diría: “El amor es un juego entre valientes”.

Dicho esto, me permito preguntarme: ¿es que acaso existe algún juego que no implique dificultad en su ejecución?

Si el amor no duele, como una pelota de fútbol estrellada de lleno contra la cara de uno de los jugadores, es probable que no sea amor.

lunes, 23 de julio de 2007

¿Te imaginas a Janis Joplin cantando medio desnuda para un video clip?




Voy a compartir con ustedes un cuento que escribí hace un par de años... Ojalá les sirva de algo la próxima vez que vean un video-clip... jajaja!!!




Mente VI


Esto no es cuento, ¿estamos? Esto es un deseo.

Los cuentos evocan hechos ocurridos. En cambio esto, con mil toneladas de suerte pura, algún día se me cumplirá.

Tenemos una banda de rock (En-chave nacional) y no nos ha ido nada mal. Nuestro primer CD lo grabamos, como dicen, prácticamente en el garaje de mi casa, al mejor estilo de Stevens Jobs y sus sumadoras de silicio. Las copias las hicimos en el quemador de Richard, que era lentísimo (el quemador, no Richard). Luego les dejábamos en consignación los CD's a los buhoneros de Sabana Grande, Plaza Caracas y El Cementerio, aunque realidad nuestros mejores compradores los teníamos en los pasillos de la Universidad Central de Venezuela. Hay que reconocer que la foto que nos tomó Lorena fue espectacular, pero no menos fabulosa fue la diagramación de la carátula que nos hizo Mariè-Catherine. Eso fue de gran ayuda. Pero no fue lo determinante. A pesar de que éramos unos solemnes desconocidos, nos compraban porque tocábamos en cuanta cervecería nos contratara, así la paga fuera miserable. Los dedos nos sangraban de tanto darle y darle a las guitarras y la voz la perdíamos allí mismo de tanto gritar y gritar. Hacíamos concesiones como bestias y nos prestábamos para rememorar clásicos de los Bee Gees o Los Beatles para que las muchachitas medio entonaditas dieran rienda suelta a sus veleidades artísticas. Pero lo que realmente nos interesaba era tocar nuestra propia música y decirle a la gente que podía comprar el CD en tal o cual esquina. Y la cosa, aunque suene increíble, nos funcionó. Éramos la propia banda underground. Tocamos en todos los antros de Las Mercedes, pero no le teníamos miedo a meternos en Caricuao o El Paraíso. En esa época llegamos a tocar incluso en “México Lindo”, un lugar especializado en rancheras. Claro, nos preparamos un set bien jalisqueño, pero igual metíamos lo nuestro.

Bueno, para no dar la lata con tanta historia, el caso es logramos entrar en un par de programas de televisión y ya la gente comenzó a vernos de otra forma. Los empresarios Sounds Records se fijaron en nosotros y así, en un verdadero estudio, grabamos nuestro segundo CD, en el cual incluimos Condones umbilicales, Maleza candelera y El Ávila podría ser un gran tiradero verde, las mejores de nuestro primer álbum. Luego vino lo que se considera como la verdadera graduación como una banda profesional: nuestro primer video-clip.

A pesar de que todo el personal, desde el guionista, el productor y hasta el director del video-clip, fueron extremadamente respetuosos con nuestro punto de vista a la hora de tomar decisiones, a mí todo ese asunto no me gustaba mucho. Richard y Rolando estaban que saltaban de felicidad. A Javier, que siempre todo le da lo mismo, la cosa ni lo ponía alegre ni lo ponía triste.

El video fue todo un éxito. Y al final, hasta a mí me gustó. El tema elegido fue Aparta-2 del corazón. Aunque el presupuesto era irrisorio, logramos filmar en los sitios más emblemáticos de Caracas. Sitios que usualmente están atestados de gente como las estaciones y vagones del Metro, la plaza Bolívar o el Centro Comercial Sambil. Lo interesante, es que esos lugares estaban totalmente solos en el video, sin gente, apenas transitados por un hombre y una mujer que caminaban en medio de esa gran soledad sin que lograran verse en ningún momento, aunque caminaran muy cerca el uno al lado del otro. A estas imágenes solitarias se les interpolaban otras repletas de personas. Fue brutalmente bueno, se los juro. Pero había algo que no me gustaba, pero no sabía qué era ni cómo expresarlo.

Ahora somos más o menos famosos. Hemos grabado cuatro CD's y filmado otros tantos video clips. Tenemos un promedio interesante de ventas y es raro cuando no andamos tocando en algún lado, ahora sí con buena paga. Internacionalmente la casa disquera nos ha organizado algunas pequeñas incursiones en Colombia y en Curazao. Una vez tocamos en Miami, pero eso fue un error, ya que éramos una entre casi treinta bandas, todas aficionadas.

Como es normal, tenemos nuestros ídolos y nuestras leyendas negras. Por ejemplo, nos gustaría ser como Tafeta Cuba, Molotov, Frijoleros o Manu Chao. Detestamos a morir la música de Maná o La Ley. Tanto así que cuando queremos alegar que un acorde, un ritmo o un estribillo no nos gusta para nada, decimos: “eso me suena a Maná”.

Pero yo tengo un deseo, un sueño muy profundo que algún día espero poder cumplir, aunque no estoy muy seguro de que Richard y Rolando me acompañen en esa. Javier es otra cosa, y sé, por como hemos hablado sobre este asunto, que él comparte mi punto de vida.

Allí les va. Un día espero que seamos una verdadera Mega Banda. Unos Monstruos Sagrados como el solista Charly García o el grupo, ¡vaya pretensiones, ¿no?! , los Rollings o Pink Floyd. Es decir, que deberíamos ser como los Bill Gates del rock. Digo, que de verdad habría que ser un verdadero gigante para hacer lo que yo quiero hacer.

Un día me reuniría con mi representante y los capos de la disquera para anunciarles nuestra irrefutable determinación de regresar a la música pura y que, en consecuencia activa, ya nunca realizaríamos ni un maldito video clip más. ¡Ja! ¿Qué les parece?

Haríamos historia, compañero. Seríamos así como los libertadores del yugo que la imagen cinematográfica le ha impuesto tiránicamente a la música durante más de treinta años.

Por decir algo, la música es como un poema. En realidad no es tanto lo que dice, como lo que es capaz de decir en la mente del que lee el poema o escucha la música. Un acorde, una palabra, un rasgado de guitarra, ¿cuántas imágenes y sensaciones es capaz de evocar? Pero no. Ahora vienen los de la industria y te dicen que ese pedacito de tu música es una muchachota bien rica, inexplicablemente sola, mostrando las piernotas mientras sufre maldeamores.

¿Qué imágenes le pondrías a Summertime de Janis Joplin? ¿Cuáles a Star splanged banner, de Jimi Hendrix? ¿O a la inigualable versión de With a little help from my friends, de Joe Cocker? ¿O a Roll over Berthoven, de Chuck Berry? Eso era música, ¡por favor!, y no necesitaba imágenes. Es como si una fotografía dependiera de un título genial para poder hacerse apreciar a sí misma.

Más que a Maná, en secreto, detesto a Eminem. Eso ni es un cantante, ni un músico, ni un artista (la más hermética y permeable de las etiquetas): es un cirquero, un payaso rodeado de cámaras. Fíjate. Miro los videos de Christina Aguilera o María Carey y están al borde de la cuña erótica, en donde más que la MÚSICA, lo que importa son las nalgas de la Aguilera o las deliciosas piernas de la Carey. ¿Dónde quedaría hoy día Janis Joplin, gordita y pecosita como era? Su show, su majestuoso show, no era mostrar el culo: era cantar. Cantar como una maldita diosa. ¿Por qué a la música de Ella Fitzgerald o a la de Louis Armstrong nadie les exigió nunca un video clip, y ahora la industria se lo imponen a Moby o a Björk? ¡Joder por el culo, cabrones! Esperen a que yo sea uno de los grandes, de los verdaderamente grandes, y verán.

Para que no digan que soy un radical, haré una concesión: un último video clip. En los '70 Jethro Tull y su grupo no se dejaban ni siquiera fotografiar. No eran modelos, decían, y lo suyo y lo que ellos daban, era música. Así eran los padres de Budapest. Bueno, mi concesión: un último video clip. Es decir, YO, mi banda, la En-chave nacional, cuando nos tengan que acariciar las glándulas reproductoras (huevos vulgaris) para que nos dignemos a tocar una maldita canción. En ese momento, ese es mi sueño, yo mismo escribiré la letra y la música de la canción, realizaré el guión, diseñaré el escenario, escogeré a los actores y seleccionaré al director, a uno bien sumiso y obediente.

La cosa será una meta-cosa. Es decir. El video clip será la grabación de un video clip. Como siempre nos lo han impuesto a nosotros, tendremos una muchachotas de los más buenotas, pero veremos como las preparan, como las maquillan, como les bajan las blusas y le suben las falditas para que le eviten esfuerzos a la imaginación del espectador. Luego, las chicas, haciendo tomas frente a claquetas tratando de conseguir melancólicas miradas. Intercaladas, imágenes de la muchachota comiendo cachitos de jamón y bebiendo pepsicola. Siempre he tenido la imagen de que las chicas que toman pepsicola, serán unas viejas celuliticas y regordetas a los treinta años. Pero, en fin. En una playa solitaria y sucia, mi banda toca la canción (cuya letra y música yo he compuesto, no se olviden de eso), todos con una cara de alegría muy fingida. Al fondo, tres letras: T-M-V. Con cada corte, las enormes letras, van formando anagramas: V-T-M. V-M-T. T-V-M. De pronto, y sin ninguna justificación narrativa (muy a lo video clip), una adolescente mirando videos musicales en la tele. Aparece, malhumorada, una señora que debe ser su madre. Exasperada, le grita a su supuesta hija (en ese momento la música se ha detenido y la secuencia parece la de una película): mente-vi, mente-vi, todo el día no haces más que ver mente-vi. Corte a secuencia con mi banda en la playa. Las agigantadas letras ahora se han ordenado de forma M-T-V. Los chicos de mi banda y yo nos negamos a seguir sonriendo a la cámara y dejamos de tocar (recuerden que ya somos una mega banda y podemos hacer prácticamente lo que nos salga de los cojones). Lo primero que hacemos es derribar las malditas letras de MTV, luego le entramos a carajazo limpio al boom del micrófono, a las cámaras Panavision, al director que (sumiso y obediente huye corriendo), a los productores y a cuanto asistente se nos atraviese. La acción es registrada por una última cámara, a la cual terminamos por derribar. La imagen, abruptamente, se va a negro. Todo esto no debe durar más de cincuenta segundos.

Sobre la imagen en negro, la música regresa y vuelve a sonar, ahora con un ritmo más subyugante, auténtico y genuino. El resto de la pieza transcurre con la imagen del video-clip en negro. Tres segundos después del último acorde de la canción, aparece una frase en letras blancas sobre el mismo fondo negro: LA PRÓXIMA VEZ, BÚSCANOS EN LA RADIO.








sábado, 21 de julio de 2007

¿De que hablamos los venezolanos cuando hablamos de Libertad de Expresión?

¿De qué hablamos cuando hablamos de Libertad de Expresión?


Mucho más grave que la profunda crisis política que vive el país desde hace más de una década, mucho más grave aún que la infernal crisis económica que vivimos des

de los años ochenta (y que hoy se encuentra disfrazada por una eventual y aleatoria diarrea de dólares), más grave, digo, es el abominable hecho de que el venezolano ha perdido su legítimo derecho a emitir una opinión libre e inteligente.

Cualquier cosa que se diga, inmediatamente será catalogada como “afecta al chavismo” o “producto de la mezquina maquinaria de la oligarquía golpista y opositora”.

Ante el reciente cierre de RCTV, sólo parece posible escoger uno entre dos caminos: o brincamos de alegría o temblamos de indignación.

Mientras miles de venezolanos salen a las calles a protestar por el cierre de una emisora que durante décadas sembró en el venezolano chabaquismo, vulgaridad e ignorancia, otros tantos se disponen a sintonizar con fanática devoción ese nuevo bodrio televisivo llamado TVes.

Ni los unos ni los otros parecen detenerse a pensar por un minuto en el brutal golpe que ha sufrido la libertad de expresión de TODOS los venezolanos, ni en la forma inescrupulosa en que los grandes medios televisivos han hecho (y continúan haciendo) uso de esa sagrada libertad.

El cierre de RCTV es una prueba fehaciente del bandolerismo político del actual régimen. Y por ello, tal vez éste sea el mayor error político de Chávez y sus secuaces.

Sin embargo, si hacemos un esfuerzo por retomar nuestro derecho a la opinión inteligente, RCTV merecía ser cerrada. Y no sólo ella, con sus degradantes telenovelitas, sino Venevisión y su estética cultural de “Sábado Sensacional”, o VTV con abusiva y marginal “Hojilla”, o Televen, la cual en más de veinte años de programación no ha logrado consolidar una producción propia y digna, sino un chorizo de enlatados gringos y brasileros.

La violencia, la marginalidad, el melodrama barato, el mal gusto, el peor gusto, para decirlo abiertamente, parece el patrón que unifica las imágenes que iluminan las pantallas de los televisores venezolanos.

Hace pocos días volví a releer un artículo del productor y animador de televisión Renny Ottolina: “Juicio a la televisión venezolana”. En este breve pero contundente ensayo, Ottolina señala, con certera puntería, la asquerosa filosofía, moral y estética bajo la cual se ha producido televisión en el país.

Para las nuevas generaciones, que tal vez sólo hayan escuchado de referencia el nombre de Renny Ottolina, es oportuno señalar que en su programa dominical “Renny Presenta…”, el espectador venezolano tuvo la oportunidad de disfrutar de figuras como Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Marcel Marceau, Tom Jones, Charles Aznavour, Andy Russel, Chucho Avellanet, Facundo Cabral, Raphael. Forjó con sus propias manos, como si fuera un escultor que trabaja sobre el talento vivo de sus personajes, a figuras del espectáculo que aun hoy día, después de décadas de muertos o retirados del mundo del espectáculo, continúan sonando en los oídos y en el corazón de miles de venezolanos: Cherry Navarro, Raquelita Castaños, Mirla Castellanos, Gualberto Ibarreto, Mario Suárez, Héctor Cabrera, Adilia Castillo o María Teresa Chacín.

¿Cuándo, hoy día, podemos pensar (o soñar) que la televisión venezolana considere la posibilidad de presentar figuras de este calibre?

La televisión venezolana nos ha intoxicado durante años con figuras mediocres como Gilberto Correa, el manipulador Amador Bendayán o el patiquín Daniel Zarco.

Sin embargo, cabe interrogarse sobre la ética de un Gobierno que decide cerrar de un plumazo una emisora de televisión mientras esgrime, con solemne ironía, que lo hace únicamente protegiendo la libertad de expresión.

¿De qué habla Chávez cuando habla de la Libertad de Expresión? ¿De qué habla Marcel Granier cuando se escuda tras la libertad de expresión mientras produce una de las peores televisiones del mundo?

Me viene a la memoria un episodio ocurrido en el auditorio de la Universidad de Salamanca en los albores de la guerra civil española (12 de octubre de 1936), en donde un grupo de personas comenzaron a vociferar “Viva la Muerte”.

El rector de esa Universidad, el escritor Miguel de Unamuno, indignado, tomó la palabra. Dijo: “Podeís decir Viva España, Viva Franco o Muera la República. Pero gritar VIVA LA MUERTE, es una abominación”.




JUICIO A LA TELEVISIÓN VENEZOLANA
Renny Ottolina



La revista Semana me ha solicitado que enjuicie la televisión venezolana. No es un pedido fácil eso de «enjuiciar». Enjuiciar es un verbo comprometedor pero las situaciones comprometidas son, la mayoría de las veces, las más interesantes. Al enjuiciar a la televisión venezolana lo hago como un espectador más. Siendo un medio de comunicación masiva y, como tal, sujeta al juicio público, quienquiera que vea televisión tiene derecho a enjuiciarla. En este derecho común a todo baso la autoridad de mi juicio. Que esa autoridad cuenta con los recursos que me da el ser un profesional de la televisión es otra cosa. Pero quiero dejar claro que, más que como Renny Ottolina, en este análisis me sitúo como un venezolano más que tiene televisor en su casa, que tiene esposa e hijos y tanto él como su familia ven televisión.
La televisión venezolana, hoy por hoy, no aporta lo que debiera a la cultura nacional. Es más, su influencia es, quizás, negativa. Para tener un punto de partida me veo obligado a comenzar por el final, que en caso de un juicio es el veredicto. Encuentro la televisión venezolana culpable de ignorar la dignidad de los habitantes de nuestro país. Paralelamente la encuentro culpable de desidia en su programación y de pecar de ligereza en cuanto a la responsabilidad que implica su inmenso poder. Responsables por igual de esta situación: los patrocinantes, las agencias de publicidad y las estaciones de televisión. Conocido el veredicto y los culpables estudiemos las razones determinantes, y veamos cómo un principio razonable puede ser distorsionado por una miopía de la industria, hasta el punto de convertirse en causa del mal causado.
El anunciante, a través del medio de comunicación masiva, busca un máximo de personas a quienes hacer llegar su mensaje comercial. Las agencias de publicidad recomiendan los medios que consideren apropiados para lograr este propósito, bien sea prensa, radio o televisión. En este último caso el factor determinante es la audiencia promedio que pueda tener un programa. En nuestra industria esto se conoce como rating. Patrocinantes y agencias quieren, pues, programas de alto rating que las estaciones de televisión deben producir. Mientras más personas vean un programa, tanto mejor, porque a más personas llega el mensaje comercial. Hasta aquí el planteamiento es bueno. El principio es razonable. Pero es aquí donde surge la miopía que distorsiona la responsabilidad paralela que da a la televisión su tremenda influencia dentro de la vida familiar. Patrocinantes, agencias y estaciones parecen olvidar que además del derecho y necesidad de anunciar productos, está el deber de saberlo hacer. Es en esto en lo que yo creo que la televisión venezolana está equivocada desde hace muchos años y en lo que va, cada vez más, de mal en peor. Patrocinantes, agencias y estaciones de televisión no vacilan en producir los programas y las cuñas comerciales más vulgares, chabacanas y asombrosamente denigrantes para lograr el más alto rating posible. Su razonamiento aunque equivocado, es por demás sencillo: «Hay que llegar al grueso del público». O lo que es lo mismo, también en el lenguaje de nuestra industria, a las clases socioeconómicas C, D, E traducido al lenguaje de todos los días a las grandes masas, que son siempre los más pobres, pero que son básicas para el consumo de productos de fabricación masiva. «Hay que llegar al grueso del publico»... la televisión venezolana suelta entonces sus andanadas diarias de telenovelas donde las hijas se disputan el marido de la madre, la madres no saben quiénes son sus hijos o donde los hijos no saben quiénes son sus padres. Gracias a este concepto de la televisión surge el programa donde un hombre, impulsado por la necesidad o la ignorancia, no vacila en exponerse al ridículo a costa de su dignidad, a cambio de unos pocos bolívares. Hasta hace muy poco la televisión venezolana, no satisfecha con su esforzada labor hacia el descenso de los más elementales valores de la dignidad humana, consideró más que necesario, imprescindible, programar espectáculos filmados cuya base son el terror y la violencia, en horas cuando la televisión venezolana estaba absolutamente segura que habría más niños encendiendo televisores y, por lo tanto, aumentando el rating. Pero si todo lo anterior fuese poco, las cuñas comerciales en su gran mayoría, acostumbran a los televidentes venezolanos a gritar, a hablar mal nuestro idioma, y a comprar algunos productos por la razón primordial de que son estímulos del sexo. Todo eso pagado muy a conciencia por las agencias publicitarias respectivas y programado muy a conciencia por las estaciones televisoras respectivas.
A mi entender, al pensar que las clases económicosociales menos avanzadas sean, por su escasa o ninguna educación, básicamente estúpidas y vulgares es un gravísimo error. El ser humano tiene una tendencia natural hacia lo mejor. La televisión venezolana no estimula esta tendencia, si por el contrario, hace todo lo posible para desvirtuarla. El hecho de que una persona no haya recibido la educación a la cual tiene derecho, el hecho de que una persona no tenga la capacidad adquisitiva que ojalá tuviera, no hace de ella una persona vulgar, chabacana e indigna. Solo la hace desgraciadamente, pobre e ignorante. Pero la calidad humana sigue estando allí, al alcance de quien quiera estimularla. Con contadísimas excepciones, patrocinantes, agencias y estaciones ignoran este hecho. La televisión venezolana está cometiendo el grave pecado de subestimar al público venezolano con el agravante de que, haciendo gala de una inconsciencia inconcebible, lo está haciendo a conciencia.
Una persona ignorante frente a una persona con conocimiento es, en cierta forma, como un niño. Ese « grueso del público» famoso es el niño. Me llena de tristeza ver que se engañe a un niño, porque lo que la televisión venezolana está diciendo a su pueblo no es toda la verdad de la vida: la vida no es solamente gritería, la vida no es que sea normal el que nazcan niños de padres desconocidos. La vida tiene valores que son los que la televisión venezolana no está enseñando al niño. No se puede ni se debe pagar el rating a costa de la dignidad del venezolano y lo que patrocinantes, agencias y estaciones no han llegado a preguntarse todavía es si no venderían más los productos anunciados o por lo menos en igual cantidad, destacando valores positivos en lugar de exaltar los aspectos negativos de la vida. Y no es tan complicado. Ni siquiera es difícil.
La televisión tiene una influencia en el hogar mucho mayor que la de cualquier otro medio de comunicación masiva. Su fuerza es terrible. Esa fuerza implica una mayor responsabilidad. Quien no sabe asumir esta responsabilidad no está a la altura de la fuerza de la cual dispone. Es hora de que la televisión venezolana esté a la altura de su fuerza. Es hora de que la competencia entre estaciones cese en su lucha por demostrar quién puede ser el más vulgar de todos. Es hora que la competencia sea para ver quién puede lograr el mayor respeto, el mayor aprecio y el mayor cariño de la comunidad venezolana. Los patrocinantes no deben pagar programas donde haya situaciones que vayan en contra de la dignidad familiar ni aquellos que puedan deformar la percepción que los niños deban tener de la vida. Las agencias de publicidad tienen la obligación de no recomendarlos las estaciones de televisión tienen el deber de no producirlas.
Tremenda fuerza de este medio y los 75.000.000 Bs. que anualmente se invierten en televisión, el 20% es comisión de las agencias publicitarias, implica un mínimo de deber para elevar el nivel de las clases socioeconómicas más bajas. De ninguna manera da el derecho de denigrarlos más aún. Yo estoy convencido de que se puede tener éxito con la televisión, trabajando dentro de un mínimo de dignidad. Pensando con sinceridad que hay principios elementales que es necesario respetar. Actuando con el convencimiento de que es mucho lo que se gana cuando lo que se da es también mucho. Y no deja de ser descorazonador el recordar que hace 12 ó 14 años, en sus comienzos, la televisión venezolana tenía una calidad de altura excepcional.
Es, además, económicamente aconsejable hacer los máximos esfuerzos por elevar los niveles de ese «grueso del publico» a quien hoy por hoy se le dan gritos y situaciones equívocas por la televisión. Es del propio y básico interés de los patrocinantes de hoy en día el que la población venezolana tenga un nivel de educación más alto lo antes posible, por cuantos mayores sean los conocimientos de esa masa mayor será su poder adquisitivo. Hacer hoy todo lo posible por mejorar intelectualmente a la gran masa venezolana, es el mejor seguro de supervivencia con el cual los industriales de hoy pueden contar en un mañana muy cercano, es absurdo, que en vista de lo anterior, no sepan aprovechar mejor la magnífica oportunidad que la televisión ofrece para este propósito. Quienes pagan a la televisión deben hacerse un examen de conciencia y preguntarse en qué lugar queda su responsabilidad para con el país. Las estaciones de televisión deben estar en capacidad de ofrecer programas que puedan ser comprados por esos patrocinantes que se han hecho ese examen de conciencia. Y las agencias de publicidad no deben vacilar en recomendar, además de la cosa cuantitativa, el valor cualitativo. De no ser así yo predigo que la televisión venezolana se irá hundiendo cada día más, en su mar de irresponsable vulgaridad con la única consecuencia de provocar la intervención del Estado. Y tendrá que intervenir el estado atendiendo el clamor de los hombres y mujeres responsables del país, que cada día hacen sentir más fuerte su voz de justa protesta.
Cuando estemos en manos del Estado habremos perdido la libertad de competencia, la libertad de escogencia entre canales, y con toda probabilidad habremos perdido la libertad de expresión; como es lógico pensar por cuanto ningún gobierno en su sano juicio va a permitir que se use un medio por él directamente controlado para que se le hagan críticas que podrían ser acerbas si así lo ameritase la situación de tal gobierno. ¿De quien será entonces la culpa? La respuesta es una sola: de quienes hoy en día pagan y administran la industria de la televisión venezolana.
Soy solo un venezolano más que tiene televisor en su casa y que con su familia ve televisión. Como tal creo hacerme eco del hombre pobre que quiere dejar de serlo si tan solo le dieran la oportunidad de saber un poco más de lo que sabe, y del hombre pudiente que tiene en sus manos la decisión final de este problema.
Ambos, estoy seguro coincidirán en pensar que nuestra televisión debe seguir el camino correcto para construir el algo, de lo mucho que puede al mejoramiento de la comunidad venezolana. No es mucho pedir.










Renny Ottolina