Los Amores contrariados: mitos y leyendas.
El amor es, quizás, uno de los sentimientos más deseado, usado y comercializado de nuestra cultura. Sin embargo, es quizás el más extraño y el menos conocido de todos nuestros valores.
El amor ha sido y seguirá siendo el leitmotiv de cientos de miles de novelas, películas, poemas y cuentos. Sin embargo, para la inmensa mayoría de nosotros, los mortales, no es más que una leyenda que buscamos desesperadamente encontrar.
Con frecuencia, el amor es confundido con su pequeña, inestable y caprichosa hermana: el sexo. Mucho más que el amor, el sexo ha sido la experiencia más anhelada y, a la vez, la más decepcionante del siglo XX, y de lo poco que va del XXI.
Pero, volviendo al amor, dentro de ella se abre una categoría que es la de los amores contrariados: el amor interracial, el amor entre personas con una marcada diferencia de edad, el amor entre personas casadas, el amor entre personas de diferente posición social o entre personas de diferente nivel económico. El amor entre chavistas y escuálidos (hasta allí, hasta el amor, ha llegado la profunda herida que ha dividido al país en estos últimos ocho años). El amor entre quienes creen en el amor y los que no creen en él.
Sin negar que hay relaciones más sencillas que otras, en esencia, todos los amores son contrariados… y difíciles! Encabronadamente difíciles! Tanto así que pareciera que si el amor no es difícil, no es amor. Si el amor no duele, no es amor. Si el amor no es un río de angustias e incertidumbres, no es amor.
Quizás por ello, los verdaderos artistas del amor sean los amantes…
“El matrimonio, la paternidad, el amor, todo es un fracaso. Por encima de ellos se alzan los amantes. Y lo logran gracias a que ellos son fragmentarios e imprecisos, volátiles y breves. Pero desde el primer momento en que buscan la permanencia el uno al lado del otro, se pierden. El amor sólo es posible cuando asume su propia naturaleza solitaria e incompartible con nadie. Es una experiencia personal en donde el otro no es más que un objeto de veneración” (Rosendo Acuña, Epistolario).
Pero, sobre los amores contrariados, los amores particularmente difíciles dentro de la dificultad que implica todo acto amatorio, se ejerce una presión bien definida: la social.
Si revisamos nuestra lista inicial de amores difíciles (interracial, entre personas casadas, entre diferente nivel cultural, etc.), es fácil detectar la presencia de un prejuicio social y, por ende, un prejuicio moral.
La moral es una frontera social y colectiva que separa lo correcto de lo incorrecto. La ética es, igualmente, una frontera entre lo incorrecto y lo correcto, pero su naturaleza es íntima, personal y secreta. Es por eso que muchas veces el amor, en sus más explosivas manifestaciones, es tildado de inmoral: porque responde a unos valores muy íntimos y personales.
La moral siempre requiere de un testigo, que a su vez se convierte juez aprobatorio o recriminador. La ética, al contrario, no busca testigos: se basta a sí misma para vivir en paz.
De allí se desprende la ancestral dicotomía entre la legalidad y la legitimidad de todos nuestros actos. Quizás no sea legal el amor adultero entre una pareja de personas casadas, pero eso no le resta un ápice de legitimidad.
Los amores difíciles están marcados, en su mayoría, por su inmoralidad, por la ausencia de su aceptación social.
¿Qué pensamos al ver a un cuarentón tomado de la mano de una chiquilla de veinte años? “Pero si puede ser su hija!!!”. “Esa muchacha, tan linda, tan joven, se lo debe estar chuleando como le da la gana”.
¿Y si es una mujer madura con un hombre más joven? “Una puta!!!” “Es que esa no piensa con la cabeza, sino con la vagina”. ¿O no?
¿Y si uno, o ambos amantes, son casados? Allí si que hay tela de donde cortar.
Ah! ¡El amor! Como decía Buñuel: “Con amor, TODO. Sin amor, NADA”.
Una frase “inmoral”, ¿no? O una frase legítima. Humanamente legítima.
El amor, como la vida, busca abrirse su propio camino. Pero hay que tener valor para aceptarlo.
Hace años, un gran amigo me dijo que “la mistad era un asunto entre valientes”
Transpolando sus palabras, yo diría: “El amor es un juego entre valientes”.
Dicho esto, me permito preguntarme: ¿es que acaso existe algún juego que no implique dificultad en su ejecución?
Si el amor no duele, como una pelota de fútbol estrellada de lleno contra la cara de uno de los jugadores, es probable que no sea amor.
El amor es, quizás, uno de los sentimientos más deseado, usado y comercializado de nuestra cultura. Sin embargo, es quizás el más extraño y el menos conocido de todos nuestros valores.
El amor ha sido y seguirá siendo el leitmotiv de cientos de miles de novelas, películas, poemas y cuentos. Sin embargo, para la inmensa mayoría de nosotros, los mortales, no es más que una leyenda que buscamos desesperadamente encontrar.
Con frecuencia, el amor es confundido con su pequeña, inestable y caprichosa hermana: el sexo. Mucho más que el amor, el sexo ha sido la experiencia más anhelada y, a la vez, la más decepcionante del siglo XX, y de lo poco que va del XXI.
Pero, volviendo al amor, dentro de ella se abre una categoría que es la de los amores contrariados: el amor interracial, el amor entre personas con una marcada diferencia de edad, el amor entre personas casadas, el amor entre personas de diferente posición social o entre personas de diferente nivel económico. El amor entre chavistas y escuálidos (hasta allí, hasta el amor, ha llegado la profunda herida que ha dividido al país en estos últimos ocho años). El amor entre quienes creen en el amor y los que no creen en él.
Sin negar que hay relaciones más sencillas que otras, en esencia, todos los amores son contrariados… y difíciles! Encabronadamente difíciles! Tanto así que pareciera que si el amor no es difícil, no es amor. Si el amor no duele, no es amor. Si el amor no es un río de angustias e incertidumbres, no es amor.
Quizás por ello, los verdaderos artistas del amor sean los amantes…
“El matrimonio, la paternidad, el amor, todo es un fracaso. Por encima de ellos se alzan los amantes. Y lo logran gracias a que ellos son fragmentarios e imprecisos, volátiles y breves. Pero desde el primer momento en que buscan la permanencia el uno al lado del otro, se pierden. El amor sólo es posible cuando asume su propia naturaleza solitaria e incompartible con nadie. Es una experiencia personal en donde el otro no es más que un objeto de veneración” (Rosendo Acuña, Epistolario).
Pero, sobre los amores contrariados, los amores particularmente difíciles dentro de la dificultad que implica todo acto amatorio, se ejerce una presión bien definida: la social.
Si revisamos nuestra lista inicial de amores difíciles (interracial, entre personas casadas, entre diferente nivel cultural, etc.), es fácil detectar la presencia de un prejuicio social y, por ende, un prejuicio moral.
La moral es una frontera social y colectiva que separa lo correcto de lo incorrecto. La ética es, igualmente, una frontera entre lo incorrecto y lo correcto, pero su naturaleza es íntima, personal y secreta. Es por eso que muchas veces el amor, en sus más explosivas manifestaciones, es tildado de inmoral: porque responde a unos valores muy íntimos y personales.
La moral siempre requiere de un testigo, que a su vez se convierte juez aprobatorio o recriminador. La ética, al contrario, no busca testigos: se basta a sí misma para vivir en paz.
De allí se desprende la ancestral dicotomía entre la legalidad y la legitimidad de todos nuestros actos. Quizás no sea legal el amor adultero entre una pareja de personas casadas, pero eso no le resta un ápice de legitimidad.
Los amores difíciles están marcados, en su mayoría, por su inmoralidad, por la ausencia de su aceptación social.
¿Qué pensamos al ver a un cuarentón tomado de la mano de una chiquilla de veinte años? “Pero si puede ser su hija!!!”. “Esa muchacha, tan linda, tan joven, se lo debe estar chuleando como le da la gana”.
¿Y si es una mujer madura con un hombre más joven? “Una puta!!!” “Es que esa no piensa con la cabeza, sino con la vagina”. ¿O no?
¿Y si uno, o ambos amantes, son casados? Allí si que hay tela de donde cortar.
Ah! ¡El amor! Como decía Buñuel: “Con amor, TODO. Sin amor, NADA”.
Una frase “inmoral”, ¿no? O una frase legítima. Humanamente legítima.
El amor, como la vida, busca abrirse su propio camino. Pero hay que tener valor para aceptarlo.
Hace años, un gran amigo me dijo que “la mistad era un asunto entre valientes”
Transpolando sus palabras, yo diría: “El amor es un juego entre valientes”.
Dicho esto, me permito preguntarme: ¿es que acaso existe algún juego que no implique dificultad en su ejecución?
Si el amor no duele, como una pelota de fútbol estrellada de lleno contra la cara de uno de los jugadores, es probable que no sea amor.